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Correr por sensaciones

Cada vez resulta más habitual ver a corredores populares con sofisticados relojes en sus muñecas en vez de correr por sensaciones. Estos pulsómetros pueden aportar una gran variedad de datos dependiendo del modelo: cronometro, GPS, ritmo por kilómetro, cadencia, pasos dados, altímetro, ritmo cardíaco, fases de sueño y calorías quemadas. Por tanto, estos dispositivos pueden ser útiles tanto para evitar sustos de salud debido al sobreesfuerzo como para mejorar la progresión deportiva. Sin embargo, hay que tener en cuenta que tampoco son herramientas infalibles pues sabido es que, en recorridos con mucho arbolado o muchas curvas, la medición pierde precisión.

Teniendo en cuenta todo esto lo que queremos proponer en este artículo no es que se renuncie a la tecnología, sino que se compagine con el correr sintiendo las sensaciones de nuestro cuerpo. Matt Fiztgerald, uno de los entrenadores que más ha defendido el entrenamiento por sensaciones hasta el punto de escribir libros sobre el tema, afirma “si nuestras sensaciones experimentadas conscientemente son fuentes de información tan precisas sobre nuestro estado fisiológico y predicen con tanta fiabilidad cómo nuestros cuerpos responderán a distintos tipos de estímulos de entrenamiento, entonces debería ser posible entrenarse por sensaciones con una gran efectividad”.

Por supuesto para poder hacerlo es imprescindible tener experiencia previa como corredor para saber cuáles son los propios ritmos, los límites; las señales del cuerpo. Porque correr de esta manera es una habilidad que se debe adquirir. Como lo explica la atleta y entrenadora de Desafío Running Móstoles Diana Martin: Se trata de aprender cuál es tu ritmo, coger tus propias referencias, sin importar el reloj. Solo tú, tus sensaciones mientras vislumbras el final del circuito. En cada serie, miras el tiempo, lo memorizas, piensas en la siguiente serie… en hacer lo mismo, lo vuelves a memorizar. Y así día tras día, semana tras semanas y año tras año…

Una de las claves fundamentales de este sistema es saber diferenciar lo que se piensa (voz interior) de lo que se siente (sabiduría del cuerpo). Muchas veces los mensajes mentales pueden ser autosaboteadores y buscar exclusivamente que se acaben el esfuerzo y sacrificio. En cambio, la intuición con la ayuda de la experiencia informan del estado real del cuerpo y pueden ser una buena orientación. Le cedemos otra vez la palabra a Fitzgerald: “Las partes inconscientes de nuestro cerebro son capaces de realizar sofisticados cálculos predictivos sobre aquello que es probable que ocurra sin que nuestras mentes conscientes tengan ninguna percepción del proceso. Solo los resultados de estos cálculos alcanzan la conciencia, como sensaciones intuitivas”.

Especialmente útil puede ser correr de esta manera cuando uno está teniendo una mala racha o se encuentra estancado y no logra llegar a los objetivos fijados en el plan de entrenamiento o los consigue a costa de demasiado cansancio y sufrimientos. En esos casos en que la frustración amenaza con convertirse en desanimo o que la fatiga y el estrés pueden provocar una lesión, conviene introducir un cambio que rompa la dinámica. Por ejemplo, permitiéndose realizar algún entrenamiento o rodaje largo guiándose por las propias sensaciones y dejando de lado las exigencias del reloj, los bloqueos y el agobio.

¿Y cómo correr por sensaciones? Para un corredor principiante el primer paso consistiría en relacionar el ritmo con la sensación de esfuerzo. Esto se hace valorando cada ritmo como suave, medio o duro y comprobando si esa percepción es correcta. De esa forma se evitara suponer que uno está corriendo más cuando esta descansado o fresco. E, igualmente, pensar que uno lleva peor ritmo cuando está cansado al final del entrenamiento o carrera.

A continuación, sobre todo los runners más cerebrales, pueden valorar el ritmo en una escala de 1 a 5 para saber con el tiempo como lo están haciendo y si deben apretar o aflojar según el momento.

Para terminar este proceso habría que aprender a calcular el ritmo al que se va, adivinando los tiempos antes de mirar el cronómetro. No es tarea fácil. Se necesitarán al menos 6 meses para ser capaz de saber el ritmo que se lleva con una diferencia de 10 segundos arriba o abajo. Será una forma de conocerse a uno mismo y de saber cómo responde el propio cuerpo.

Así que terminamos proponiendo a los corredores populares que se permitan de vez en cuando disfrutar de la experiencia. Que salgan a correr guiándose por las sensaciones propias no por los fríos números del cronometro. Concentrados en las zancadas, en el ritmo, en la respiración, en definitiva, en la experiencia. De esa forma se podrá retomar el placer de correr y la sensación de libertad que lleva asociada. Entonces dejará de ser una actividad digital y volverá a ser analógica. Como cuando de pequeños nos lanzábamos a trotar solo para disfrutar de ello y creyendo que el mundo era un lugar infinito.  

Luis Gállego.

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